Gradualmente a través del entusiasmo, descubrimos de la historia de los chicos que en el lado oeste de la isla había algunos riscos altos. En esos riscos había algunos trampolines. Uno era casi tan alto como una casa de un piso y el otro era tan alto como una casa de dos pisos. Los chicos estaban tan emocionados como fuera posible con esos trampolines, pero eran suficientemente jóvenes en sus vidas a esa altura, como para considerar hacer cualquier cosa como esta, a menos que su padre lo hiciera primero.
-¿Puedes tirarte de ellos, papá?
-Por supuesto que puedo -les respondí sin pensar demasiado.
-¡Vayamos! -exclamaron ellos.- ¡Momento! ¡Esperen un momento! -los interrumpí- Yo pienso que debiéramos almorzar primero, y entonces podemos ir al otro lado de la isla y mirar esos trampolines.
-En verdad, yo estaba vacilando. Sabía que podía saltar de esos trampolines. Me había lanzado de trampolines altos antes no me lastimaría. Sabía que Paul los había colocado allí por una razón, y sin duda muchos otros habían saltado en esas aguas. Así que no había temor de que el agua no fuera suficientemente profunda. Mis chicos querían verme saltar. Yo quería complacerlos, y todavía vacilaba. No estaba del todo seguro que deseaba pasar por esta experiencia (...)