24 de noviembre de 2009

Un mundo… pero mejor!

Muchas personas quieren un mundo mejor… Mejor para qué o para quienes? seguramente tú, como cualquier persona normal, puedes percibir que este mundo actual no es el mejor de los mundos posibles como alguien afirma por ahí… Un mundo mejor evidentemente implicaría varios cambios sustanciales, pero… no puedo evitar preguntarte y preguntarme, ¿por qué deseamos un mundo mejor?
Es interesante escuchar las razones de la gente cuando intenta responder esta pregunta. Palabras más palabras menos argumentan: Bueno, un nuevo mundo (léase nueva tierra para los creyentes) sería fantástico porque ya no habría sufrimiento, ni muerte, ni dolor, ni ricos (aquellos que tienen más que yo obviamente), ni pobres (aquellos que siempre me están pidiendo algo), ni ladrones, ni policía, ni políticos, ni abusadores, ni negros (o blancos, tachar lo que no corresponda), ni… mis vecinos o semejantes, en fin. Un mundo ideal sería aquel en que la paz y el bienestar me rodean constantemente dándome calidez y seguridad. Pero en el fondo de la cuestión lo preocupante es que en cada una de estas razones, lo que estamos diciendo es que buscamos un mundo en donde YO esté mejor, donde YO sea feliz, donde YO no tenga que encontrarme con la gente que detesto… ¿se entiende? Lo paradójico de esto es que si todavía no tenemos ese mundo anhelado probablemente se deba a que desear un mundo donde se evite todo aquello que me incomoda es la peor de las motivaciones.

Pero más acuciante aún es la pregunta: ¿cambiará alguna vez este mundo? Me parece que sí. Pero te admito que en este momento sentado frente a mi computadora no puedo precisar con seguridad cuándo sucederá…

Sin embargo es inevitable especular en las posibilidades actuales de un cambio en el mundo...
Quizás pensamos en un mundo pacífico?… malas noticias, nunca ha existido, es más parece que los tiempos de guerra han sido abrumadoramente mayores. La historia está llena de relatos donde unos matan a otros (los quitan del mundo) simplemente porque no piensan igual que ellos o no aceptan sus prerrogativas, lo cual en esta vida, parece ser razón suficiente para tomar represalias contra otro ser humano.
Un mundo de felicidad? Bien, es un buen slogan para las fiestas de fin de año, pero mientras haya niños que se acuestan con hambre es imposible…
Un mundo de igualdad de oportunidades? es una utopía… que yo pueda escribir y tú leerme ya nos sitúa en una posición privilegiada con respecto a millones, sí; millones de otros seres humanos contemporáneos que no tienen acceso a una computadora y menos a Internet.
Pero hay esperanza, las profecías apocalípticas aseguran que habrá cambios y lo creo. Fundamentalmente porque son concluyentes, aseguran que cambiará el mundo real (que en rigor de verdad no es lo más importante) pero además cambiará el mundo interior de las personas, ésa es la diferencia…

4 de noviembre de 2009

UN MUNDO, UNA VIDA

Si la vida no es fácil, quizá se deba a que el mundo, donde se desarrolla la vida es difícil. El mundo transcurre en el tiempo. La vida es tiempo. El mundo constituye un elemento intrínseco a la vida, a mi vida. Entonces podríamos decir que tenemos un mundo y una vida, pero más estrictamente, el mundo de mi vida que se desarrolla en el tiempo. Hay millones de mundos, tantos como personas vivientes. Pero asombrosamente estamos perdiendo nuestro mundo (mundo interior, donde nuestros sueños y anhelos perviven) o peor aún, lo estamos vendiendo, por poca cosa, porque nadie nos dijo cuánto era su valor, y esto para poder adquirir… ¡otro mundo! Queremos vivir el mundo de otro, será por eso el impacto escalofriante de los reality shows? Y al estar sin mundo adoptamos el mundo de otros, nos identificamos con otros mundos y estos mundos nos invaden y destruyen no solamente nuestro mundo sino nuestro tiempo, nuestra vida. Pasamos a vivir vidas prestadas lo cual equivale a sobrevivir sin mundo, sin mundo interior, sin lugar, y el tiempo pasa... inexorable.

El tiempo se mueve hacia la nada y arrastra nuestra existencia con él, y solamente nos quedan dos opciones: no hacer nada y caminar resignadamente al ocaso de nuestra vida y al final de nuestro tiempo, o bien reaccionar ante lo inexorable y morir peleando por la utopía. Y esto es lo que nos hace diferentes. Porque cuando dejamos de preocuparnos por cultivar nuestro mundo interior y sabido es que un mundo descuidado, se deteriora, se degrada, se pudre… entonces se vuelve inhabitable y somos inmundos. Y lo inmundo está fuera del mundo, inerte, muerto… Sin embargo, “no todo está perdido” dice Fito Páez desde su canción, porque afortunadamente Alguien descendió para dar vida al mundo… pero ¿a qué mundo? Jesús lo dijo claramente cuando llamó a los “iluminados” de su época sepulcros blanqueados. Debido a que por fuera lucen hermosos pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre (Mt. 23:27). La buena nueva es que así como los árboles renacen en cada primavera, nuestro mundo interior puede recibir vida nuevamente.

Naturalmente, hay un mundo allá afuera, pero tu vida interior es más relevante porque tu mundo interno reconfigura la forma en que te relacionas con todo aquello que está fuera de ti. De modo que no existen dos mundos separados como sostenía la filosofía antigua. Esto es, un mundo de las ideas (mente, corazón, etc.) y un mundo real, concreto y tangible. Hay un solo mundo así como una sola vida y un solo tiempo. Si tu mundo interior está recreado el mundo exterior se regenerará solo. Si no somos capaces de cuidar el mundo exterior, (piensa en la basura que tiramos descuidadamente y que daña el mundo) es porque de alguna forma nuestro mundo interior es un basural… basura adentro, basura afuera, damos lo que tenemos. Pareciera entonces que hay un mundo que salvar, tal vez no hemos sabido hacerlo… pero es necesario recuperar el mundo interno, descubrir que hay vida interna y que es posible un mundo mejor… (aunque para ello sea necesario esperar una nueva tierra) que si estamos en este mundo es porque todavía hay tiempo para creer en las utopías y manifestarlo en tu vida cotidiana.

Jorge Trisca